“Gracias a la vida que me ha dado tanto”

Aunque mis padres estaban totalmente desmoralizados por mi estado físico, desde el primer momento que me llevaron a un hospital en Toluca, especializado en casos como el mió. Lamentablemente, después de muchos estudios, los médicos comunicaron a mis padres que como mi mal era de nacimiento, era imposible que hubiera alguna esperanza de lograr que mis miembros se pudieran desarrollar normalmente.  Ellos decidieron ya no regresar a ese lugar.

Pasó el tiempo y a la edad de 4 años, mis padres me llevaron a la Cd. de México a otro hospital de especialidades y nuevamente la opinión de los médicos fue adversa. Sin embargo, dijeron que existía la posibilidad de practicarme una cirugía radical, que no era otra cosa que amputarme los brazos hasta los hombros y las piernas hasta la cadera.

De esa manera, me pondrían prótesis metálicas a manera de brazos con ganchos prensiles para agarrar las cosas, y para las piernas no habría de momento nada.

Mi madre me platica que, aún a mi corta edad, yo me di cuenta perfectamente de lo drástico de ese tratamiento y que le preguntaba llorando que si ella sería capaz de permitir que me hicieran esa operación. Eso conmovió a mis padres y ambos decidieron sacarme del hospital. Desde entonces no volví a tener ningún tratamiento médico.

Desde ese momento me sentí muy contenta al poder utilizar mi boca como si fueran mis manos y así sentirme útil. Podría escribir pero también dibujar e iluminar casitas y arbolitos, así mi vida fue más llevadera. Por fin, un día cuando tenía yo como 12 años, unas monjitas que de alguna manera se habían enterado de mi caso, fueron  a verme y a preguntar a mis padres cómo me podían ayudar. Fue entonces que me donaron una silla de ruedas. ¡Yo estaba feliz! pues a partir de entonces ya pude salir a la calle y ver el mundo que había fuera de mi casa.

Poco a poco fui tomando conciencia de que valía como persona y de todo lo que podía hacer por mí misma. Utilizaba mi boca como si fueran mis manos, porque no sólo podía comer con ella o hablar, sino coser, pegar botones, levantar la bastilla de una falda o pantalón y los más grandioso, dibujar y escribir con ella. En una ocasión me propuse hacer un dibujo en papel cascarón y lo hice. Fue una pantera rosa con su sombrero de charro. Como me quedó muy bonito, salí a la calle a tratar de venderlo. Uno de mis hermanos me llevó por las calles en mi silla de ruedas. Frente a una casa un señor se interesó por mi dibujo y cuando supo que yo lo había hecho con la boca, me felicitó y me ofreció su ayuda para que yo tomara algunas clases de pintura. ¡Yo acepté encantada!

Así conocí a mi maestro Saúl Ramírez, ¡mi primer maestro! él me enseñó durante algunos meses como pintar al óleo y las bases técnicas de la perspectiva. Después a principios del 2003, conocí a una maestra de nombre Angélica que me dio clases de pintura en tela y me presentó a otra linda señora, Verónica González, quien se interesó  verdaderamente por mi; a través de ella conocí a la sra. Luz María Hernández quien me contactó con la Asociación de Pintores con la Boca y con el Pie.

El 29 de julio de 2004 me entrevisté con el Sr. John Grepe de esa maravillosa Asociación y le entregué mi solicitud de ingreso junto con mis primeros cuadros.

A principios del 2005 me llegó la soñada respuesta, ¡ya era yo becaria!

Ahora mi vida es totalmente diferente. Los días son más brillantes y me paso horas y horas practicando para mejorar la calidad de mis pinturas. La beca que recibo es un gran aliciente para sentirme productiva como cualquier adulto.

¡Dios bendiga a esta hermosa Asociación! y gracias a la vida que me ha dado tanto.

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